Desde que me diagnosticaron estrés crónico hace unos dos años dejé de poder decir que era escritora, no he conseguido escribir más de dos líneas seguidas y, si lo hacía, acaban en la papelera por ser palabras vacías. No había nada que me motivara a escribir; en realidad, no había nada que me motivara... ¡Ése era el problema!

Habrá gente que no le dé mayor importancia o que se lo tome como una etapa más y espere a que pase, en mi caso, yo me frustraba. Cada vez que se me encendía la bombillita y no conseguía escribir nada, me frustraba y se me cerraba aún más la mente. Y así encadenas una semana, un mes, un año, dos... Daba igual cuántos ejercicios hiciera, cuantas veces me dijeran: "Tú sigue intentándolo que ya saldrá", llegué al punto de plantearme en dejarlo definitivamente...

¡Hasta que la encontré!

Como la mayoría de cosas en la vida, la inspiración llegó cuando menos la buscaba. En uno de esos encuentros por casualidad en los que te sientas a tomar un café y empiezas a hablar con tanta naturalidad que parece que te lo estés contando a ti mismo. Y entonces, simplemente, apareció. Llevaba unos días rondándome la idea por la cabeza, pero al tener a esa chica tan increíble delante, con esa chispa tan viva... lo vi claro. A la mañana siguiente tenía la sinopsis completa y a los dos personajes principales definidos.

Comencé a escribir apuntes, escenas que se me iban pasando por la cabeza. Sin ninguna pretensión, sin tratar de encasillar lo que escribía y darle un sentido, solamente escribir; y, por primera vez en dos años, me gustaba lo que leía. 

Os comento esto porque, a veces, nos obcecamos en algo y, si no nos sale, nos frustramos e incluso abandonamos. Pongo de ejemplo la escritura porque es mi caso, pero se puede aplicar a cualquier circunstancia: Estudios, trabajo, discusiones con personas a las que aprecias... Todo necesita su tiempo para encajarse y, si tiene que ser, volverá a ti... por mucho que tú quieras que todo se solucione fácil y rápidamente y te frustres y te cabrees, todo lleva su tiempo. Lo que nunca debes de hacer es dejar de creer en ti.


Nos leemos en el próximo post.

2 comentarios:

  1. Me hace gracia que seas tú la que comentes que nunca hay que dejar de creer en uno mismo cuando no creo haber conocido a alguien con menos autoestima. Y creo haber sido uno de los que te dijo: "No te agobies, sigue escribiendo aunque sean dos líneas".
    No te lo tomes como un regaño, me encanta saber que has vuelto escribir y esperaré ansioso a saber más de esa historia que tienes entre manos. Y dale un abrazo muy fuerte a esa chica que te iluminó con su chispa, a las musas hay que estarles siempre agradecido.
    Un abrazo muy fuerte, ¡y a por todas!

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    1. Llevas toda la razón, nunca he creído mucho en mí misma. Pero me he dado cuenta, a base de malas experiencias, que el tiempo pone todo en su lugar y que, por muy impaciente que sea, querer que las cosas salieran rápido sólo me ha traído estrés y bloqueos en muchos aspectos de mi vida.
      Y se llegan a unas edades en las que hay que recapacitar e intentar mejorar lo que somos y lo que no nos gusta de nosotros mismos.

      Gracias por seguir el blog y comentar, no sabes cuánto se agradece que esto tenga vida.
      Un besito.

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